Y entró espíritu en ellos, y vivieron se pusieron en pie (Ezequiel37: 10).
Una de las acepciones de la palabra «clamar» que recoge el Diccionario de la Real Academia es: «Manifestar necesidad de algo». Y yo te pregunto esta mañana: ¿Cuándo fue la última vez que le manifestaste a Dios con vehemencia alguna necesidad?
¡Todos tenemos numerosas y diferentes necesidades! Quizá pensemos que únicamente debemos clamar a Dios cuando un miembro de nuestra familia cae enfermo de gravedad, cuando sufrimos un terrible revés económico, o cuando atravesamos una situación angustiante.
Querida amiga, contamos con muchas promesas. Una de ellas nos dice: «Claman los justos y Jehová los oye» (Sal 34:17). Dicho de otra forma: los justos manifiestan sus necesidades y Dios los oye. ¿Por qué no clamar con vehemencia al Señor por otras cosas que hasta aquí no hemos sentido el deseo de presentárselas? A lo mejor actuamos así a causa de la pobreza de nuestra vida espiritual, que nos despierta escasos deseos de orar o de servirle; a la falta de interés en el crecimiento espiritual o en desarrollar una relación con nuestro Padre que nos llene de vida, de esperanza y de poder.
No abriguemos dudas respecto a si Jesús encontrará fe en nosotros a su regreso. Tampoco si tendremos las fuerzas que necesitamos para permanecer firmes en el tiempo de angustia, o si nuestros pies pisarán las calles de oro de la Santa ciudad. Ya que tenemos a mano el gran recurso de la oración, alcemos nuestras voces ante el Señor hoy mismo, pues se nos promete que él nos oirá. Clamemos para que los sequedales de nuestras vidas reverdezcan; para que en nuestros corazones corran ríos de aguas vivas; para que nuestros huesos secos se llenen de carne y se cubran de piel.
Ojalá que el Señor ponga aliento de vida en nosotras, ya que él puede abrir cualquier sepulcro espiritual y resucitarnos, ¡dotándonos de su Espíritu para que vivamos!